La última perícopa del evangelio de la infancia de Mateo (2,13-21) lleva a Jesús de Belén a Nazaret. Pero en medio lo conduce a Egipto, haciéndole partir de allí hacia Nazaret. "El ángel se aparece, no a María, sino a José y le dice: Levántate, toma contigo al Niño y a su Madre. No le dice, como había hecho antes, `toma a tu esposa', sino `toma a su madre'. José escucha, obedece y acepta con alegría todas las pruebas". 17 "José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes". Y durante su estancia en Egipto, Mateo coloca la matanza de los inocentes, comentada con las palabras que Jeremías empleó para describir a las tribus del norte en su destierro. Así presenta a Jesús cumpliendo la historia de Israel, al revivir el éxodo y el destierro de Israel. En Jesús se cumple, pues, la esperanza mesiánica. Y a su lado, siempre presente, está María, su madre, como manifiesta la repetida expresión: "el niño y su madre" (Mt 2,13.14.20.21). María aparece, pues, como figura de Israel que esperaba la salvación mesiánica y que entra ahora en ella. La madre del Mesías, que acoge a todas las gentes (sabios de oriente), es aquí la mujer del éxodo y del exilio, conducida con el Nazareno a la tierra de sus padres. María representa así el umbral a través del cual se pasa de la espera al cumplimiento.
María, hija de Sión, peregrina como Israel por el exilio. Su Hijo, es hijo de Israel, a quien Dios saca de Egipto (Os 11,11), pero es también el Hijo de Dios en quien se cumple plenamente la profecía: "De Egipto llamé a mi Hijo" (Mt 2,15).
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