No es fácil, para el ser humano, creer en Dios. Primero, porque el lenguaje preferido de Dios es el silencio. Segundo, porque siempre que le imploramos, parece no escucharnos. Tercero, porque deseamos que Él nos dé pruebas de su existencia, y para Dios, tales pruebas son insolencias humanas que le ofenden. En consecuencia, para hablar con Dios, huyamos del bullicio; sepamos esperar, con fe, que nos conceda aquello que le pedimos y aceptemos que la mejor prueba de su existencia somos nosotros mismos, que por bondad de Él, existimos. Es más fácil negar la existencia del mundo que la de Dios. El mundo se acaba para quien se muere, sea humilde o engreído. Y aunque parezca inverosímil, es la muerte el premio a la osadía de negar al autor de la vida y el único que puede, como lo demuestran las criaturas que perviven, seguir con vida hasta que Aquel así lo disponga. Y no faltan quienes niegan la resurrección sin darse cuenta que al negarla afirman que Dios no es el autor de la vida. Naturaleza de Dios El empirismo sostiene que todo conocimiento humano comienza por los sentidos y los racionalistas, que es de la razón misma de donde emergen las ideas que nos permiten explicar el mundo en el cual nos movemos.
En consecuencia, hablar de la naturaleza de Dios no puede tener una vía gnoseológica meramente humana. Todo cuanto podemos hacer es preguntarnos si creemos en Dios y si lo aceptamos podremos continuar profundizando en el tratado de teodicea. Porque si nuestra respuesta es negativa es un sinsentido hablar de alguien a quien negamos su existencia. Sólo es posible, como sujetos que tenemos la capacidad para conocer, reitero, si no somos escépticos, conocer lo existente. De ahí que resulte ridículo que un hombre se declare ateo y sin embargo, participe en debates y foros sobre la naturaleza y existencia de Dios. A Dios no le puede conocer el hombre sino a través de las vivencias religiosas que tengamos, es decir, a Dios no se le conoce, se le siente. Pero en forma variable según sea el grado de aceptación que tengamos de su existencia. Son pocos los filósofos que han querido demostrar su existencia y muchos los seres humanos que por su fe lo han proclamado. Ejemplo de ello son las procesiones de formas variables, según el motivo o solemnidad. Así también el silencio es un acto para reflexionar y un culto simbólico de la solemnidad, no de una acto fúnebre sino para dar culto al acto mas sublime de la existencia de todo aquel que se declare cristiano y actualmente profese el catolicismo. El silencio es mostrar respeto por el hombre que entrego su vida para salvación del los hombres.
El uso de las procesiones se remonta a la más lejana antigüedad y la Biblia cita frecuentes ejemplos de las mismas como la vuelta de Josué alrededor de las murallas de Jericó y aquélla en que David danzó delante del Arca. Una procesión es un desfile religioso organizado de personas que realizan un recorrido, de un lugar a otro, bien partiendo de un lugar y volviendo a él. Las procesiones existen en la mayoría de las religiones. En el cristianismo, forman las procesiones la parte más importante del culto exterior. Es difícil hacer una historia de las procesiones cristianas, aunque cabe pensar que en los primeros tiempos de persecución serían muy extrañas, y sólo en el interior de los lugares de culto. Existe constancia histórica de algunas procesiones en la Edad Media Situémonos entre el siglo XIV y comienzos del XVI en cualquiera de las siguientes ciudades italianas llenas de vida, alboroto y gran movilidad comercial y social: Florencia, Venecia, Génova Roma, Milán o, Sicilia.
La burguesía se fortalece como una nueva y poderosa clase social, independiente de la iglesia y de la corte. Los nuevos y acaudalados señores, empeñados en establecerse en el espacio social que han conquistado, emplean sus fortunas tanto en ser, como en lucir ricos y se rodean de pinturas, esculturas y todas las expresiones artísticas del momento que expresan el lujo y la exquisitez de sus dueños. La demanda crece, paga bien y es un desafío a la capacidad de innovación y de creatividad de los artistas para captar la realidad y expresarla bella y fielmente. De manera que compitieron. Pintores, escultores, arquitectos, diseñadores de jardines, telas, gobelinos, muebles y cuanto objeto artístico y decorativo era posible imaginar, trabajaron con sus ayudantes, bajo el mismo techo, en los famosos Talleres de la época. Y en esa competencia, talentos como los de Brunelechi, Piero de la Francesca, Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci y Rafael entre otros, propusieron teorías científicas e inventaron artefactos para ayudarse a plasmar en los lienzos y en los muros, las tres dimensiones de la realidad tal y como las percibía el ojo humano.
La proliferación de dichos artefactos fue sorprendente. Sobreviven hoy, las retículas a las que llamamos Cuadriculas y las Mandorlas a las que llamamos Pasos en las procesiones. Las Mandorlas o Máquinas de Representación, fueron originalmente escenarios que representaban con maestría y gran riqueza aquello que se quería pintar. Generalmente usaban dos: uno que representaba el escenario propiamente dicho y otro, donde ubicaban a los modelos disfrazados de los personajes que serían pintados. Delante de estas dos maquetas se colocaba la retícula, que le facilitaba al pintor ubicar en el lienzo las figuras, los puntos de luz, y demás detalles relevantes de la perspectiva.
Para celebrar sus éxitos, los Talleres comenzaron a exhibir las Mandorlas al pueblo en medio de un espectacular desfile que se fue convirtiendo en una divertida y popular fiesta. La iglesia vio muy pronto el potencial de las Mandorlas, ya que una buena parte de las pinturas de la época fueron de carácter religioso y representaban imágenes sagradas y pasajes de la Bíblia. El excelente vehículo de refuerzo espiritual recién descubierto, fue encausado inicialmente en una fiesta religiosa anual, que se institucionalizo como el día de San Juan.
Pero, sin duda alguna, es a raíz del Concilio de Trento cuando adquieren una enorme importancia, sobre todo en la Iglesia Católica. Dentro del catolicismo su uso se adscribe a la piedad popular en caso de las romerías de santos y a la enseñanza de la simbología propia del cristianismo en el caso de las representaciones de la Pasión de Jesús en un marco donde el vehículo visual de la imagen, era más efectivo que la lectura del relato bíblico por las cotas de analfabetismo.
Cada viernes Santo las calles adquieren un matiz místico. A partir de las 20:00 horas comienza una marcha que convierte a la cuidad en escenario de la Procesión del Silencio, el mayor ritual religioso del catolicismo, que año con año conmemoran la pasión vivida por Jesús, el CRISTO DE DIOS. La multitud se instaura en los alrededores con un clima de completa expectación. Entonces las puertas del templo se abren y comienzan a desfilar sobre primeras cruces y cirios que va llevando en alto la comitiva. Al poco tiempo las calles circundantes se llenan de faroles y capuchas cónicas que avanzan con parsimonia en gesto de duelo. Todos los cofrades portan emblemas e imágenes religiosas, y visten de acuerdo a los colores que corresponden a su compañía. A lo largo del trayecto se pronuncian pregones y saetas que detienen la procesión en puntos estratégicos. Estas voces retóricas, pertenecientes a la tradición sevillana, ofrecen un acongojado homenaje a manera de recital y canto. Los pregones son un discurso reflexivo que tiene por objeto resaltar la esencia de la Semana Santa. La tradición de la Procesión del Silencio tiene sus orígenes en España del siglo XIII, cuando los sacerdotes franciscanos iniciaron sus Procesiones de Sangre, en los que éstos se infligían castigos físicos y representaban escenas relativas a la pasión de Cristo. En el siglo XVI, el ritual es traído a la Nueva España gracias a la orden de los carmelitas descalzos, sin embargo, no se instauraría de manera anual, como lo es ahora, hasta el año de 1854. Desde entonces se ha convertido en la procesión católica más importante.
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