FOTO-GALERÍA "CRISTO TE AMA"

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sábado, 4 de abril de 2009

DOMINGO DE BURROS


En un día como hoy comienza la Semana Santa, en la que los amigos de Dios revivimos la Pasión del Señor. Siempre impresiona volver a meditar esos momentos de la vida de Jesús. El otro día, me decía una alumna de la ESO que todavía, cuando ve la película de La Pasión, le sigue impresionando muchísimo y, muchas veces, llora. El Señor quiere que conozcamos el amor que nos tiene. Él hubiera muerto sólo por nosotros. Y pasando por esos tormentos tan crueles. Sobre todo, el momento más intenso, cuando muchos lloran, es en el momento en el que se paran a pensar que todo eso lo sufrió Jesús por uno mismo. Recuerdo que esa película la vi con un grupo de amigos. El silencio se cortaba. Nadie quería mirar al que tenía al lado, porque allí lloraba todo el mundo.


El Señor quiso padecer la flagelación, la crucifixión, y el abandono de sus amigos para que nosotros conociésemos que aunque un Dios no puede sufrir, él es capaz de hacerse hombre y padecer como padecemos los hombres (cfr. Primera lectura de la Misa: Is 50, 4-7).

Y así no le tuviéramos miedo sino ternura. Esto es lo que le sucedía a los santos cuando lo veían tan golpeado y lleno de heridas. Es curioso como representan, a veces, en Andalucía al Ecce homo: Jesús después de la flagelación. Aparece con la corona de espinas en la cabeza, ensangrentado por los latigazos... Pero aparece sentado, descansando la cabeza sobre la mano derecha y mirando al frente a la persona que lo ve.

Una vez oí a un sacerdote que, predicando, decía que el Señor está así como diciéndonos pensativo, que no sabe ya que más hacer por nosotros… Y está así, mirándonos, esperando a que reaccionemos. Muchos santos han entendido a fondo lo que significaba ver así al Señor: roto, lleno de heridas por nuestros pecados.

Cuenta santa Teresa de Jesús que, un día, entró en el oratorio y vio una imagen del Señor lleno de heridas, y se quedó impactada. Ella misma dice que el corazón parecía como si se le partiera. Se arrojó junto a Él y empezó a llorar mientras pedía al Señor que le fortaleciera para no ofenderle nunca más.

Hay gente que tiene miedo a Dios. Lo ve como alguien que castiga y envía las almas al infierno. Y es justamente lo contrario. Nos quiere con locura, por eso ha padecido tanto, y busca comprensión y cariño.

La Semana Santa nos ayuda sobre todo a eso, a quererle, después de ver lo que sufrió, y lo solo que Él estaba, humanamente hablando. Jesús en la cruz rezó esa oración, el salmo que recitamos hoy: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (Salmo 21).

No es verdad que Dios abandone a las personas, como muchos se creen. Aquella situación provocó que Jesús se pusiera a rezar, se pusiera a hablar con Dios. Esta era la oración de un hombre que pide ayuda a Dios Padre, al verse acorralado por sus enemigos (cfr. Evangelio de la Misa: Mt 26,14-27,66). Y Dios Padre parece que no le escucha... Pero la pasión no fue la última palabra.

A veces nosotros podemos tener la misma sensación de abandono cuando pedimos en la oración, y da la impresión que Dios no oye. Y por eso decimos: –no me hace caso. También en nuestra vida habrá sufrimiento. Sucesos que flagelen nuestro cuerpo y nuestra alma. Pero al final –si sabemos confiar en Dios nuestro Padre, como Jesús– los látigos se convertirán en ramos de triunfo (cfr. Evangelio después de la Procesión de entrada: Mt 21,1-11).



El Señor de un veneno hace una medicina. Lo malo se lo transforma en bueno. El veneno del sufrimiento, de la muerte, solo perjudicó a quien lo utilizó, al diablo. Ahora ya sabemos el porqué de las palmas que aclaman a Jesús como Rey. El Señor triunfaría convirtiendo el mal en bien. Los ramos eran señales que anticipaban su triunfo.Pero no sólo profetizaban el triunfo de Jesús, también el nuestro. Si sabemos sufrir con el Señor también resucitaremos con Él. Y hasta nos aclamaran por muy burros que hayamos sido en esta vida, porque lo importante será haber llevado al Señor como aquel animal. Cuanto más sufrimiento ahora más gozo después. Todos los santos dicen lo mismo. Cuando hacemos cosas que nos cuestan por dar gusto al Señor, al principio el alma siente un rechazo porque eso supone un esfuerzo.Pero si lo hace, el premio es mayor cuanto mayor es el esfuerzo que hemos tenido que poner. Sólo el que experimenta esto, sabe como paga Dios en esta vida.San Josemaría se veía como el burro que llevó el Domingo de Ramos a Jesús al la entrada de Jerusalén.

«Jesús se contenta con un pobre animal, por trono», son palabras suyas. «No sé a vosotros; pero a mí no me humilla reconocerme, a los ojos del Señor, como jumento».

Y dirigiéndose al Señor decía repitiendo palabras de un salmo: «como un borriquito soy yo delante de ti; pero estaré siempre a tu lado, porque tú me has tomado de tu diestra, tú me llevas por el ronzal».

«Pensad, seguía diciendo san Josemaría, en las características de un asno, ahora que van quedando tan pocos. No en el burro viejo y terco, rencoroso, que se venga con una coz traicionera, sino en el pollino joven: las orejas estiradas como antenas, austero en la comida, duro en el trabajo, con el trote decidido y alegre. »Hay cientos de animales más hermosos, más hábiles y más crueles. Pero Cristo se fijó en él, para presentarse como rey ante el pueblo que lo aclamaba. »Porque Jesús no sabe qué hacer con la astucia calculadora, con la crueldad de corazones fríos, con la hermosura vistosa pero hueca. »Nuestro Señor estima la alegría de un corazón mozo, el paso sencillo, la voz sin falsete, los ojos limpios, el oído atento a su palabra de cariño. Así reina en el alma».

Así nos quiere el Señor. Que le llevemos por los caminos del mundo, aunque alguna vez nos tiren una piedra o ni nos miren. Que seamos portadores de Jesús. Lo mismo que el Hobbit portador del Anillo.

Por eso hay quienes llaman a este Domingo, Domingo de burros, porque ese día fue el más importante de su vida. Cuando llevó a Jesús montado por el camino, recibiendo aclamaciones. Aunque sabía que no eran para él, pero a nadie le amarga un dulce.
Te leo un poema dedicado al burro:

Con cabeza de monstruo y con las alas
raras de mis orejas color gris,
soy la caricatura del diablo andando a cuatro patas por ahí.
Vagabundo andrajoso de la tierra,
trabajando sin fin he de vivir,
sufriendo hambre y desprecio... y siempre mudo
me guardo mi secreto para mí,
porque vosotros olvidáis mi hora
que fue inmortal, tremenda y dulce. Allí
alzaban todos a mi paso palmas
y aleluyas al Hijo de David.

(G. K. CHESTERTON, The donkey)
Pues algo así de celebrada será nuestra entrada en la eternidad, por haber llevado en esta vida a nuestro Señor por los caminos de este mundo.
Antonio Balsera & Ignacio Fornés


http://forodehomilias.blogspot.com/2008/03/domingo-de-burros.html

Domingo de Ramos

Sagrada EscrituraPrimera: Is 50, 4-7Salmo 21Segunda: Fil 2, 6-11Evangelio: Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo.

Nexo entre las lecturas



En este domingo se tiene la procesión simple o solemne que conmemora el ingreso de Jesús en Jerusalén. El evangelio que se proclama al inicio de la procesión pone de relieve que Jesús es el “Hijo de David”, importante título mesiánico, y subraya que éste es un Rey humilde, justo y victorioso que restaurará la ciudad de Jerusalén. El clima de la procesión es festivo y es una anticipación profética del triunfo definitivo de Cristo sobre el pecado y la muerte en su misterio pascual.

Las lecturas de la Misa, en cambio, nos exponen las condiciones que serán necesarias para que Cristo alcance este triunfo. La primera lectura nos presenta al Siervo doliente con sus sufrimientos y su admirable disponibilidad ante el sacrificio (1L). El himno cristológico de la carta a los Filipenses hace hincapié en la humildad y en la obediencia filial, hasta la muerte en Cruz, de Jesús (2L). Finalmente el relato de la pasión según san Mateo muestra a un Cristo lleno de majestad que reina, pero que ha sido rechazado por el pueblo y sus dirigentes y es conducido a la muerte. Sin embargo, a pesar de ser rechazado, Él es la piedra angular sobre la que se levanta el edificio de la Iglesia naciente (EV). Obediencia filial hasta la muerte por amor es aquello que unifica y sobresale en la liturgia de este día.


Mensaje doctrinal


1. La procesión. La cuaresma ha sido un camino de conversión que la Iglesia ha realizado con Cristo-cabeza en su ascensión hacia la ciudad de Jerusalén. Ahora llega el momento de hacer el ingreso solemne en la ciudad santa. Cristo mismo está presente en la procesión por medio de la cruz que precede el caminar de los fieles; está presente en el evangelio que se proclama al inicio mismo de la procesión; está presente, finalmente, en quien preside la liturgia procesional. Esta procesión es un símbolo hermoso de cómo Cristo camina con cada uno de los hombres en su peregrinar hacia la patria definitiva. La promesa bíblica encuentra también aquí un hermoso significado: “Yo estaré con vosotros”.


Al mismo tiempo, la procesión de los fieles se dirige hacia Cristo que se inmolará en el altar. La proclamación de la pasión según san Mateo nos hará ver el camino de afrentas que Jesús tuvo que soportar por amor de nosotros, hombres pecadores. La mirada de los fieles, por lo tanto, se dirige con amor a Cristo, amigo de nuestras almas, cordero inmolado que ha dado su vida en rescate nuestro. San Bernardo comenta que en la procesión se representa la gloria celeste, mientras que en la Misa se hace claro cuál es el camino para llegar a ella. Si en la procesión vemos con claridad la meta hacia la que debemos llegar, es decir, la patria del cielo, la pasión nos hace ver el camino y las condiciones que son necesarias: la persecución, la obediencia humilde, la pasión dolorosa. El ideal sería descubrir ambas realidades: patria celesta y camino para llegar a ella, en su dimensión cristológica. Cristo que camina con nosotros, Cristo que camina delante de nosotros abriéndonos la puerta de los cielos, Cristo que camina y sufre y padece en nosotros que somos su cuerpo.


2. La fe en Cristo en la pasión de San Mateo. En Mateo descubrimos una perspectiva cristológica. Jesús afirma claramente ante el Sumo Sacerdote que Él es el Mesías, el Señor y que en él se cumplen las promesas del Reino y se instaura una nueva alianza. (26,64) Él se muestra dueño de su acciones y se ofrece libremente al sacrificio por amor. En Getsemaní podría llamar una legión de ángeles (26, 53), pero no lo hace, va libremente a cumplir la voluntad del Padre. La corona de espinas, el manto de púrpura, el bastón puesto en su mano pondrán de relieve, paradójicamente, su majestad y realeza. En su pasión Cristo es rey y reina. A través de sus sufrimientos es Rey y salva a los hombres. ¡Cristo Rey nuestro!

Sólo Mateo presenta los eventos de la pasión en términos escatológicos: el temblor de tierra, la obscuridad, los sepulcros abiertos... La cortina del templo se rasga simbolizando que los sacrificios de la antigua alianza han sido superados por un sacrificio excelente y que ha sido constituida la nueva alianza entre Dios y los hombres por la sangre de Cristo. Esa cruz que está en el centro de la historia es al mismo tiempo el fin de la historia.



Sugerencias pastorales

1. La vida humana es un camino en el que descubrimos el valor de la cruz. El ingreso festivo de Jesús en Jerusalén sugiere a nuestra reflexión muchos momentos de la existencia humana. Momentos de alegría, de plenitud, de amistad sincera, de realización personal. Momentos en los que se experimenta más vivamente el amor de Dios, la cercanía y cariño de los seres queridos, la belleza de la vida. Sin embargo, en este caminar de la existencia humana advertimos también momentos de tristeza, de pérdida, de dolor, de fracaso. Una enfermedad, la muerte de un ser querido, una pena moral, una incomprensión...

Todo ello nos indica que nuestra patria definitiva no se encuentra aquí, sino que esta vida, que es en sí misma bella y digna de ser vivida, no es sino el inicio de una vida que ya no conocerá el dolor. Todo esto nos recuerda que somos peregrinos hacia la posesión eterna de Dios y que debemos siempre seguir caminando sin rendirnos ante el cansancio, la fatiga, las penas o los pecados de esta vida. Caminar siempre, avanzar siempre para alcanzar la felicidad eterna que, de algún modo, ha ya iniciado en esta tierra por la fe en Cristo Jesús. No rendirnos ante el tedio de la vida, sino asumir con paz que el camino de la felicidad pasa por la cruz; pero no por cualquier cruz, sino aquella que se vive por Cristo, con Cristo y en Cristo. Se trata de saber descubrir en nuestra vida los “ingresos festivos” en Jerusalén para ensanchar nuestro corazón y caminar por las vías del Señor. Pero al mismo tiempo, disponer el alma para vivir la cruz de cada día, los dolores domésticos, las penas cotidianas con amor, con serenidad, unidos a Cristo.
2. La educación de la infancia. Una segunda reflexión se sugiere al ver a los “niños hebreos” que agitan los ramos al paso de Jesús. Se trata de considerar la importancia de educar en la fe y en los valores cristianos a nuestra niñez. Quizá las generaciones jóvenes están hoy más expuestas que en otras épocas, al influjo negativo de los medios de comunicación. Vivimos en una cultura de la imagen que imprime sellos indelebles en el alma de los pequeños: imágenes de violencia, de injusticias, de lucha entre los hombres, de terror... van dejando sin duda una huella.
Cada cristiano debe sentirse responsable ante esta situación, debe sentir el anhelo de imprimir en el corazón de los que vienen detrás, no sólo imágenes positivas que les ayuden a vivir y esperar, sino también contenidos de fe, de esperanza de amor que los sostengan cuando lleguen a la edad madura. Esta tarea es responsabilidad principalísima de los padres de familia, que forman su hogar como una iglesia doméstica donde se aprende la fe. Cada niño es como un tesoro que pertenece a Dios y que el mismo Dios ha puesto bajo el cuidado y protección de sus padres. Sin embargo, se trata de una responsabilidad en la que participan también todos los que intervienen en el proceso educativo: los profesores, los catequistas, los párrocos...

Dediquemos, como lo hacía el Cura de Ars, una parte no indiferente de nuestro tiempo a la catequesis infantil porque ésos, que hoy son los niños que agitan los ramos de olivo en el atrio de nuestras iglesias, serán los que mañana predicarán el evangelio, formarán comunidades cristianas, entregarán su vida en consagración a Dios, educarán hijos y transmitirán la fe y los valores. Arte de las artes es educar un niño. Eduquemos a los niños como lo hacía Jesús: dirijámoslos por las sendas de la virtud, por el amor a la verdad superando toda mentira, por el camino del desprendimiento personal para que sepan darse a los demás.

Un peligro no pequeño de nuestra sociedad es un excesivo individualismo y egocentrismo que recluye a la persona en sí y le impide ser feliz y realizarse en la vida. Aprendamos a valorar los recursos infantiles: ellos, los pequeños, constituyen un ejército de apóstoles por su sencillez, por su amistad íntima y espontánea con Jesús, por su capacidad de lanzarse a grandes empresas sin temor. Los mayores también tenemos que aprender grandes cosas de esos pequeños que agitan traviesos sus ramos en medio de nuestras parroquias y son la preocupación, pero también la felicidad, de sus padres.


http://www.es.catholic.net/sacerdotes/80/388/articulo.php?id=5610

Domingo de Ramos

Autor: Tere Fernández Fuente: Catholic.net
Recibieron a Cristo mientras entraba a la ciudad con palmas y ramos en muestra de que era el Mesías. Cuando llegaba a Jerusalén para celebrar la pascua, Jesús les pidió a sus discípulos traer un burrito y lo montó. Antes de entrar en Jerusalén, la gente tendía sus mantos por el camino y otros cortaban ramas de árboles alfombrando el paso, tal como acostumbraban saludar a los reyes. Los que iban delante y detrás de Jesús gritaban: "¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!"

Entró a la ciudad de Jerusalén, que era la ciudad más importante y la capital de su nación, y mucha gente, niños y adultos, lo acompañaron y recibieron como a un rey con palmas y ramos gritándole “hosanna” que significa “Viva”. La gente de la ciudad preguntaba ¿quién es éste? y les respondían: “Es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea”. Esta fue su entrada triunfal.

La muchedumbre que lo seguía estaba formada por hombres, mujeres y niños, cada uno con su nombre, su ocupación, sus cosas buenas y malas, y con el mismo interés de seguir a Jesús. Algunas de estas personas habían estado presentes en los milagros de Jesús y habían escuchado sus parábolas. Esto los llevó a alabarlo con palmas en las manos cuando entró en Jerusalén.

Fueron muchos los que siguieron a Cristo en este momento de triunfo, pero fueron pocos los que lo acompañaron en su pasión y muerte. Mientras esto sucedía, los sacerdotes judíos buscaban pretextos para meterlo en la cárcel, pues les dio miedo al ver cómo la gente lo amaba cada vez más y como lo habían aclamado al entrar a Jerusalén.

¿Qué significado tiene esto en nuestras vidas?

Es una oportunidad para proclamar a Jesús como el rey y centro de nuestras vidas. Debemos parecernos a esa gente de Jerusalén que se entusiasmó por seguir a Cristo. Decir “que viva mi Cristo, que viva mi rey...” Es un día en el que le podemos decir a Cristo que nosotros también queremos seguirlo, aunque tengamos que sufrir o morir por Él. Que queremos que sea el rey de nuestra vida, de nuestra familia, de nuestra patria y del mundo entero. Queremos que sea nuestro amigo en todos los momentos de nuestra vida.

Explicación de la Misa del Domingo de Ramos
La Misa se inicia con la procesión de las palmas. Nosotros recibimos las palmas y decimos o cantamos “Bendito el que viene en el nombre del Señor”. El sacerdote bendice las palmas y dirige la procesión. Luego se comienza la Misa. Se lee el Evangelio de la Pasión de Cristo.
Al terminar la Misa, nos llevamos las palmas benditas a nuestro hogar. Se acostumbra colocarlas detrás de las puertas en forma de cruz. Esto nos debe recordar que Jesús es nuestro rey y que debemos siempre darle la bienvenida en nuestro hogar. Es importante no hacer de esta costumbre una superstición pensando que por tener nuestra palma, no van a entrar ladrones a nuestros hogares y que nos vamos a librar de la mala suerte.

Oración para poner las palmas benditas en el hogar:
Bendice Señor nuestro hogar.
Que tu Hijo Jesús y la Virgen María reinen en él.
Por tu intercesión danos paz, amor y respeto,
para que respetándonos y amándonos
los sepamos honrar en nuestra vida familiar,
Sé tú, el Rey en nuestro hogar.
Amén.
http://www.es.catholic.net/celebraciones/120/301/articulo.php?id=1248

viernes, 3 de abril de 2009

El significado profundo de la Semana Santa


Una oportuna aplicación para el hombre moderno

Por ocasión de la Semana Santa de 1989, un grupo de jóvenes le pidieron al Dr. Plinio Corrêa de Oliveira que hiciera algunos comentarios sobre la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo. El insigne fundador de la TFP brasileña e inspirador de la campaña “El Perú necesita de Fátima” pronunció entonces las substanciosas consideraciones que trascribimos en este artículo, las mismas que podrán servir el día de hoy de oportuna y provechosa reflexión para nuestros lectores.

Plinio Corrêa de Oliveira



La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo. Nuestro Señor Jesucristo es la Cabeza de ese Cuerpo Místico. La Iglesia, fundada por Él, constituye una sociedad jerárquica en la cual San Pedro es el Jefe y los Obispos son los Príncipes locales. El Papa es el Monarca de la Iglesia, que tiene autoridad sobre los Obispos y sus súbditos. Un punto muy importante de la doctrina católica es el siguiente: el Sumo Pontífice ejerce una autoridad completa tanto sobre los Obispos como sobre cada fiel. No corresponde a la verdad imaginar que el Papa mande a los Obispos, y por medio de ellos, a los fieles. La autoridad del Papa es directa sobre todos los fieles.

Si la autoridad del Pontífice fuese indirecta, en el caso que diese una orden y el Obispo la rechazase, los fieles no estarían obligados a acatar la orden del Papa. Cuando el Sumo Pontífice da una orden, el Obispo debe ejecutarla. Si él no lo hiciese, el fiel debería acatarla de todas maneras, sabiendo que es el Papa quien lo ordena. La autoridad del Papa es, por lo tanto, directa sobre los Obispos y sobre cada fiel. Ésta es la estructura jurídica de la Iglesia. Pero, más allá de su estructura jurídica y constituyendo un todo con Ella, existe el Cuerpo Místico de Cristo.


El Cuerpo Místico de Cristo y la Redención

Nuestro Señor Jesucristo murió en la Cruz, y el sacrificio que ofreció de su vida constituye un tesoro de gracias infinito, que es incalculable. Y que está destinado a todos los fieles, de todos los tiempos, de todos los lugares, hasta el fin del mundo. Por lo tanto, esas gracias se destinan para la salvación de todos los fieles. Más aún, sirven también para atraer hacia la Iglesia a aquellos que no pertenecen al gremio de Ella –es decir herejes, cismáticos, judíos, mahometanos, etc.– en virtud de las gracias que Nuestro Señor Jesucristo alcanzó en lo alto de la Cruz.

Él es el Redentor. La Santísima Virgen es la Corredentora. Por sus lágrimas, Ella concurrió para redimir al género humano. Y porque quiso darle esa función nobilísima, Él deseó que las lágrimas de su Santa Madre fuesen también tomadas en consideración por el Padre Eterno, para redimir al género humano y hacer parte del tesoro de la Iglesia. Pero también fue voluntad del Redentor que nuestros sufrimientos individuales, soportados por amor a Él, integrasen el tesoro de la Iglesia. Constatamos entonces, que es por esa razón que los santos sufren inmensamente. Es porque ellos, con su padecimiento, igualmente representan algo para el tesoro de la Iglesia.


Simbolismo sublime de la gota de agua

Esto es simbolizado de un modo muy hermoso en la Misa. Cuando llega el momento del Ofertorio, el sacerdote coloca una gota de agua en el vino que será transubstanciado. El agua no puede ser consagrada, porque Nuestro Señor Jesucristo estableció que la Consagración fuese hecha sólo con pan y vino. Si se quisiera consagrar sólo el agua, no se opera la transubstanciación. Pero aquella agua diluida en el vino forma un solo líquido con éste, y a la hora de la Consagración ella es consagrada también.

De manera que aquella gota de agua, incapaz de por sí sola ser transubstanciada en el Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, lo es a pesar de todo por hallarse diluida en el vino. Es el símbolo del sacrificio de los fieles.

Nuestro sacrificio por sí solo no vale nada, pero unido al de Cristo Nuestro Señor y a las lágrimas de María Santísima, pasa a valer algo. Es el símbolo que nos anima a sufrir en nuestras luchas, persecuciones, trabajos, incomprensiones y dificultades. Sufrimos y seguimos adelante.

Nuestro sacrificio aumenta, simbólicamente, la gota de agua. Es decir, aumenta la contribución que Nuestro Señor Jesucristo quiso que fuese también indispensable para la salvación de los hombres. Él podría habernos dispensado de esto, pero fue su deseo darnos la gloria de asociarnos al tesoro de la Santa Iglesia.

Así, cuando nos abrace el sufrimiento, recordemos: tal padecimiento es la gota de agua. Pero ella ciertamente será juntada a los sufrimientos indecibles de Cristo y a los sufrimientos preciosísimos de María, para redimir a todo el género humano. Por eso, no conozco quién pueda hacer algo mejor por la Iglesia, que sufrir por Ella. Bajo este punto de vista, existen algunos que rezan y otros que trabajan, pero para sufrir... todo el mundo siente miedo y casi nadie desea padecer.

Si la Santísima Virgen nos envía un sufrimiento, debemos aceptarlo contentos. Sufriendo, seremos más útiles a la Iglesia de que si profiriésemos un lindo discurso, montásemos una gran asociación o realizásemos cualquier otra cosa.


Tesoro de la Iglesia: “Banco de lo sobrenatural”

El conjunto de ese tesoro de la Iglesia es la conjunción de las almas que sufren. Nuestro Señor Jesucristo, en el Santo Sacrificio de la Misa, renueva siempre su Pasión de modo incruento –no derrama más sangre–, pero verdaderamente la renueva. Y nosotros, en último análisis, bien abajo, también en algo aumentamos ese tesoro, formando el conjunto una especie de Banco de lo sobrenatural.

Pero Nuestro Señor Jesucristo es tan superior a todo el resto, que Él es la Cabeza de ese tesoro. Y los demás constituimos el cuerpo de ese tesoro.Nuestro Señor es el Hombre-Dios. Y como Dios, para Él no hay presente, ni pasado, ni futuro. Todo es simultáneo. Presente, pasado y futuro son propios a nosotros, ligados a un cuerpo material. El Divino Redentor, por lo tanto, vio todo cuanto habría de pecado hasta el fin del mundo, y sufrió a causa de esos pecados. Conoció a cada hombre, a cada alma. Y durante su Pasión rezó por cada hombre que habría de existir, por cada alma, hasta el fin del mundo. Y hasta rezó por las almas que después rehusaron la gracia y fueron precipitadas al infierno. Esta actitud supone una extraordinaria generosidad.


Los días de la Semana Santa y su significación

El Miércoles Santo se inicia propiamente la parte más densa de la Semana Santa, en que se conmemora la Pasión de Nuestro Señor. Se rezaba en la Iglesia el Oficio de Tinieblas. Se trata del Oficio que canta las tinieblas que van cubriendo el mundo, porque Nuestro Señor está siendo perseguido.


El Jueves Santo

Después, el Jueves Santo se celebra la Misa en que se conmemora la institución de la Sagrada Eucaristía. Terminado el Santo Sacrificio, el sacerdote conduce el Santísimo Sacramento hasta una bonita caja, de madera dorada, llamada Monumento.

Como Nuestro Señor, después de la Última Cena, sufrió la Pasión y murió, después de la Misa que celebra la Cena, en las iglesias no se tocan más campanas. Se realiza la ceremonia consonante al desvestido de los altares, en que el celebrante va de altar en altar, retira las flores, los jarrones, apaga las velas. Los altares quedan desnudos de todos los ornamentos, como si el culto hubiese cesado, porque Nuestro Señor está muerto, yaciendo en aquella caja dorada, el Monumento. Todas las señales de alegría en la Iglesia cesan.


El Viernes Santo

El Viernes Santo se conmemora la muerte de Nuestro Señor. Es el día en que se venera solemnemente la Cruz. Los sacerdotes colocan junto al altar una gran cruz. Y los fieles, cantando himnos de dolor, van uno a uno, a besar las llagas, las manos y los pies del Redentor. Besan también la llaga del costado, perforada por la lanza de Longinos.

Cuando llega el Obispo, todo se detiene. Entra con paramentos purpúreos, con una capa púrpura, descalzo en señal de penitencia, y atraviesa la iglesia. Llega hasta el crucifijo y lo besa también. Después se retira al interior del templo. Y todo queda en silencio, inmóvil.


El Sábado Santo o de Aleluya

El Sábado de Gloria, la Iglesia ya inicia las ceremonias con las alegrías de la Resurrección. Al medio día comienzan a repicar las campanas ¡para anunciar a Cristo resucitado! En algunos lugares hay aún la costumbre de hacer unos muñecos grotescos, que llaman Judas. Esa era la ocasión de quemar al Judas, el traidor, mientras todas las campanas de las iglesias tocan sin parar ¡en conmemoración de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo! El Domingo de Pascua, la Iglesia se muestra toda florida y victoriosa. Cristo resucitó, se celebra la Misa de Pascua.


Significado de la Semana Santa aplicado a nuestra época

El Miércoles Santo debemos amar a la Iglesia como padeciente en los días de hoy. Y apliquemos a nuestros días las tinieblas que van dominando al mundo. La oscuridad del pecado, del desorden, de la abominación que va cubriendo la Tierra, en todos los sentidos, son tinieblas.

El Jueves Santo conmemoremos la resistencia que Nuestro Señor opuso a todas esas tinieblas. Él instituyó la Sagrada Eucaristía para estar con nosotros en todas las ocasiones. Debemos comulgar con especial devoción y también lamentar su próxima muerte. Pero llorar como pecadores, pues sabemos que lo ofendimos en el pasado, y debemos llorar nuestros pecados la vida entera.

San Pedro, por ejemplo, por haber negado a Nuestro Señor, lloró el resto de su existencia. Según la tradición, cuando murió (fue crucificado de cabeza abajo por los romanos) tenía dos surcos en el rostro, por donde le corrieron las lágrimas durante su vida.

A nosotros nos cabe también labrar en nuestra alma dos surcos: el de la tristeza de los pecados que cometimos y el del pesar por los pecados que otros practican. Con todo, no debe ser esa una tristeza apenas llorona, ¡sino tristeza de varón, como la de San Pedro! En otras palabras, ¡la indignación contra nuestros pecados!

De nada sirve irritarme con el pecado de otros y no indignarme con el mío. Primero es con el mío, pues quien pecó fui yo. Fui yo el autor de mi pecado. “Quia peccavi nimis cogitatione, verbo et opere” – se dice en el Confiteor. ¡Porque pequé muchísimo de pensamiento, palabra y obra, por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa!

Así, la idea de los propios pecados y de los pecados de los otros debe entrañarse en nuestras almas, especialmente en estos días benditos de Semana Santa.


Conferencia pronunciada el 19 de marzo de 1989. Sin revisión del autor.


http://www.fatima.org.pe/seccion-verarticulo-133.html